domingo, 25 de octubre de 2009

• Sueño en la melancolía


Me colocó encima suya con facilidad. Yo sonreí. Sus labios se acercaron a los míos, que lejos de apartarse, salieron a su encuentro. Silencio. En la estancia no se escuchaba otra cosa que el roce de las sábanas y los gemidos que daban el fin de un beso y el principio de otro. Sus manos abandonaron mi rostro y se instalaron en mi cintura, mientras las mías seguían enredando los dedos en su cabello. Él solo vestía los pantalones de su pijama, y yo la camiseta que se suponía debía acompañarlos. No había dado tiempo para llevar más que lo que tenía puesto aquel día. No hacía falta nada más, tampoco nada menos, para estar como estábamos.

De nuevo cambió de opinión, y bajé de él, rodando en la cama. De nuevo, me encontraba inmovilizada bajo su cuerpo. Y no es que me quejara. No me había sentido nunca pequeña hasta que estuve en sus brazos. Cada beso seguía la misma estructura, pero cada uno era distinto a su vez.
A veces lento y dulce, otras rápido y desesperado, pero siempre acababa sólo por necesidad de oxígeno. Por segunda vez, mis labios quedaron libres mientras los suyos bajaban por mi cuello. Pude notar su sonrisa sobre mi piel cuando me estremecí. Sus ojos se encontraron con los míos y yo sonreí. Entonces algo se escuchó, rompiendo la paz de la estancia.. Él no se movió pero yo intenté incorporarme para alcanzar a ver la ventana detrás de su figura. Al no conseguirlo, lo miré a él. “-¿Eso ha sido un relámpago?” pregunté, creyendo ahora escuchar el sonido de la lluvia. Sin perder la sonrisa, asintió. Yo parpadeé y me dejé caer en la cama. Su rostro estuvo frente al mío, otra vez. “-¿Tienes miedo a la tormenta?” preguntó en un susurro. Yo negué con la cabeza, ignorando su tono de burla y rozando mi nariz con la suya, lo cual nos hizo sonreír. Entonces recordé algo. Una conversación tenida tiempo atrás. Esta vez yo lo empujé hacia un lado. No con la suficiente fuerza como para apartarlo, pero él lo hizo. Me puse de pie de un salto. “-¿Vamos?” dije mientras agarraba su mano y tiraba de él. Su risa sonó por encima de la lluvia y se dejó llevar fuera de la habitación. Tuve que pararme a pensar por dónde era la salida mientras él me miraba con diversión, y bajamos las escaleras rápidamente. No fue hasta que llegamos a la puerta cuando solté su mano. La abrí de un tirón, y sin pensármelo, salí.

El agua cayó sobre mí con fuerza, pero a la vez como si me a
cariciara. Yo cerré los ojos y mientras me empapaba, pude disfrutar del momento. Lo busqué con la mirada, creyendo que estaba a mi lado, pero tuve que mirar hacia la puerta, donde se apoyaba despreocupadamente viéndome ahí parada. Sonreí y alargué una mano hacia él. Me miró un momento, y su sonrisa desapareció. Su rostro era serio cuando avanzó hacia mí, y mi mano cayó a uno de mis costados mientras lo veía acercarse y mi corazón galopaba desenfrenada mente. Sus brazos se enroscaron alrededor de mi cuerpo y yo me elevé ligeramente de suelo mientras mis labios se vieron tapados por los suyos. No podría decir cuando tiempo nos llevamos así, abrazados, con la respiración entrecortada y mirándonos entre beso y beso, empapados y manteniendo el calor el uno contra el otro mientras el agua caía sin piedad sobre nosotros cuando…




Un molesto rayo de sol me dio en la cara. Poco a poco, abrí los ojos acosados por la luz de la mañana. Mi mano viajó a ciegas por la mesilla, buscando mi celular. Las 10:30 de la mañana… Ninguna llamada perdida. Suspiré. Con la cabeza aún en la almohada, miré hacia mi ventana. El sol brillaba como siempre, solo en el azul cielo. Ni rastro de nubes. Y tampoco había rastro de él en mi pequeña y solitaria cama.




















I love you,

Mj

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