domingo, 31 de enero de 2010

• Halo

Caminé buscando algo. No sabía el qué, sólo podía buscar. Ese algo no llegaba. Así pues, decidí olvidarme. Decidí cerrarme. Muchos intentaron entrar. Ninguno lo consiguió. Nadie sabía de la barrera invisible que yo construí minuciosamente. Nadie excepto yo. 
Y entonces llegó él que, sin proponérselo, sin que yo siquiera tuviese tiempo para reaccionar, atravesó esa barrera. ¿Cómo era posible? ¿Cómo carajo alguien a quien no le interesaba lo más mínimo llegar hasta mí lo había conseguido de forma humillante? Mi muro todopoderoso se rindió sin hacer alguna resistencia o ruido. Incluso hoy sigo desconociendo la razón, pero se lo debo todo.

Ya que él parecía ir a sus anchas dentro de mi desaparecido muro, decidí que yo también podría llegar hasta él. Pero choqué contra una enorme pared de hielo. ¡Diablos! Aquello me superaba. No recuerdo cuánto tiempo pasé pegada a aquella pared, hasta que conseguí con la única ayuda de mi pobre aliento que se derritiera, y comprobé lo que creía ver a través de ella.

La máscara de ser vano dió a descbrir a la mejor persona que he conocido y conoceré en mi vida. La persona que amo hoy día y por la que luché como una cabezota hasta conseguir. Por ello me veo con derecho de creer en cosas imposibles. No creo volver a conseguir algo mejor que él en toda mi vida. No podría pensar en nadie más para ser lo último que ver al final de un día y lo primero que cada mañana. Nadie que me llene tanto y me haga sentir así. 

No creo. No, es imposible. 
No hay nada ni nadie como él...

-María... ¡María! ¿se puede saber qué te pasa?- preguntó mi voz favorita sacándome de mis pensamientos. Miré al chico rubio que me miraba desde mi regazo. -¿Qué?- pregunté medio aturdida y sonreí. Él me miró un momento con el ceño fruncido... pero luego río a carcajadas. -¿En qué pensabas, amor?- preguntó llevando un dedo a mi barbilla y yo enrojecí. -En la suerte- contesté sin pensar. Se incorporó, tumbado como estaba a la sombre que había en un reducido lugar del jardín donde habíamos salido a pasar el rato. Se sentó frente a mi, con una sonrisa juguetona. 

-Te va a hacer falta más que suerte si piensas que vas a ganarme esta noche jugando al ajedrez, mi vida.- esta vez fui yo la que rió, y él me siguió pronto. No había acabado de reírme cuando puse mis brazos alrededor de su cuello y lo abracé. -Ya veremos quién gana, cariño- ronroneé yo, pensando en el juego que nos esperaba aquella noche.

4 comentarios:

  1. Currsiii! Todo se pega eh? xD
    No, es broma nena, me encanta el texto.Se te da muy bien esto de escribir eh?
    Besicos mj!! Te saludamos desde el aula de Psicologia el cerebro almidonado y el cuerpo extraño de mi misma xD

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  3. mmm...pudiste romper el muro completamente? ay María jugar al ajedrez puede ser divertido

    ResponderEliminar